Me he trasteado de casa nueve veces.
Estudié en cuatro colegios.
He tenido cerca de cinco relaciones amorosas estables.
He cambiado seis veces de trabajo.
Claro que se despedirme.
El 24 de noviembre de 2008 mandé el primer correo desde una cuenta institucional, la misma que me ha acompañado hasta hoy. No se cuantas veces, ni desde cuantos lugares he abierto mi correo, pero hoy no quiero cerrarlo.
No se si es porque la adultez al final es la suma de todos los miedos, pero esta vez el cambio no fue fácil, tal vez porque es la única vez en mi vida que decidí que necesitaba estabilidad.
Estoy sola en esta oficina, y todos son como fantasmas, que seguro me acompañaran, igual que mi prima que me acompaña desde que tengo cuatro años, todos me abrazan, se alegran por mi, no se como agradecerles todo lo que han hecho por mi.
No puedo odiar este lugar porque aunque me ha dado muchos dolores, también me ha traído muchas alegrías. Aquí estudié, aprendí, aprendí, aprendí, gracias a eso soy más segura de mi misma, no se como sobreviví antes. Me gusta como se ve la ciudad desde acá, me gusta ver las flores cuando los estudiantes entran, me gusta el respeto que inspira el Rector y ahora que la conozco amo profundamente la academia. Efectivamente tan solo se odia lo querido.
Me dicen que debo estar alegre porque no voy a tener que andar 1 hora y 20 minutos en transporte público, porque voy a un lugar que tenía en la mira hace mucho tiempo y donde tengo mucho que aprender, también me dicen que debo estar feliz porque fui yo la que dije adiós y no ellos, sin embargo nada de es lo que me embarga de felicidad.
Estoy feliz porque he decidido saltar al vacío, con un paracaídas de corto alcance, no podía seguir haciendo algo que ya no me hacía feliz, porque fui consecuente dije que me iba a ir y lo estoy haciendo, hice lo que venía a hacer: a aprender en la academia a pesar de haber acabado de pagar hace mucho tiempo.
Pero sobre todo soy feliz porque con este adiós llega el miedo, el miedo siempre me ha echo mejor.
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