Durante varios años participé en campeonatos de natación, en todas las carreras miraba a lado y lado para ver dónde venían los otros nadadores, nunca gané el primer lugar.
Siempre me han causado admiración las personas que son las primeras en algo y tiendo a tratar de entablar algún tipo de relación con ellas, mis relaciones se basan en la admiración, la mejor alumna de mi curso durante el colegio fue una de mis mejores amigas en la época en que nadaba. Le pregunté como hacía para ser excelente en todo, para ganar becas e izadas de bandera, y me respondió, hago las cosas lo mejor que puedo y no me detengo a mirar como van los otros.
Doce años después entiendo como se ve cuando estas desesperado por ganar, por encajar, por quedar bien. También entiendo que esos afanes nacen de la envidia y de la inseguridad, de la ausencia de amor propio. Me tomo mucho tiempo entender que esos ya no son mis motores.
Entiendo la necesidad de pertenecer, de ser aceptado y de mantenerse, de ser reconocido, de ser amado. Pero ya no la tengo, no soy la misma que luego de dos meses en una ciudad grande se iba a regresar a su pueblo sólo porque no encajaba. Hoy desentonar, no ser lo que otros esperan que sea, no ser políticamente correcta, aceptar finalmente lo que soy, me ha hecho libre, libre de la atadura que presupone querer complacerlos y me hace infinitamente feliz saber que aunque ya no compito no tendría la necesidad de mirar como van los del lado, porque cuando salga del agua, mi persona favorita voy a seguir siendo yo.
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